El romanescu es un fractal encarnado en verdura, hibrido de coliflor y broccoli. La primera vez que lo vi no me podía creer que fuera una planta; es tan bonito que casi da pena comérselo. Hace unos días en un puesto del mercado de Antón Martín tenían un par, y compré uno para hacerle unas cuantas fotos antes de hervirlo.
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Ayer viernes 9 de enero estuvo nevando todo el día como hacía muchos años que no lo hacía en Madrid.
Encontré a Azucena hace ya casi un año entre las páginas de un libro comprado en Moyano, cuyo título no recuerdo, y que andará por ahí en alguna estantería amortajado en papel blanco para protegerlo de las inclemencias de la lectura en el metro.
En el reverso de la fotografía, Azucena le declaraba su amor a Pepe un 15 de junio de 1994, y le exhortaba a que no olvidara nunca que le quería.
(Del lat. cient. trismut[h]um, y éste del al. Trismut)
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Desde principios de octubre y hasta mediados de diciembre en el Paseo del Prado, entre Atocha y el Museo del Prado, está instalada la exposición itinerante de dieciseis esculturas en bronce de Baltasar Lobo que Caja Duero exhibe desde hace unos meses por varias ciudades españolas y portuguesas. Casi todas son figuras de mujeres con el reconocible estilo de las que se pueden ver en Zamora en la calle y en el museo. Precisamente, quizá el ayuntamiento de Zamora, o la Junta, o la administración que sea, hubiera debido aprovechar para dar a conocer la existencia de un museo dedicado a Baltasar Lobo, que la ciudad siempre está falta de promoción y de acicates para acercarse a visitarla, y en los carteles de la exposición no aparece del artista más información que las fechas de su nacimiento y su muerte. Claro que tal vez la excusa sea que están esperando a que finalice la construcción en el Castillo del nuevo museo, y así beneficiarse también el posible efecto Rafael Moneo, pero no hubiera estado de más aprovecharse de la ocasión.