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El santo al cielo: San Sebastián

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San Sebastián, asaeteado como un acerico, es una de esas figuras del martirologio católico que no cuesta identificar en su representación más común y popular. Su imagen puebla las iglesias de medio mundo, desnudo casi por completo, atado a un poste con expresión dolorida y casi extática a causa de las heridas infligidas por los múltiples flechazos, y es uno de los santos a los que se profesa más devoción y desde más antiguo. De forma un tanto chocante, ha llegado a convertirse también en un icono gay.

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El santo al cielo: Santa Lucía

Para Diana, que en Oviedo vio a Santa Lucía con otros ojos.

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Como pasaba con los mártires serios, Lucía fue una romana cristiana de Siracusa de buena familia que en época del emperador Diocleciano repartió su fortuna entre los pobres (como agradecimiento a Santa Ágata por la curación de la enfermedad de su madre), se negó a casarse con un pagano y consagró su virginidad a Dios. Cuenta Jacobus de Voragine en la impagable Leyenda Dorada que, denunciada al gobernador por la familia del frustado novio, fue condenada a ingresar en un prostíbulo. Sin embargo, cuando unos soldados fueron a llevársela para ejecutar la sentencia, todos comprobaron asombrados que eran incapaces de moverla del sitio ni usando una yunta de bueyes.

El gobernador, exasperado por las recriminaciones que le hacía la futura santa, ordenó que la quemaran viva. Como tampoco así conseguían que callara le clavaron una daga en el cuello, a pesar de lo cual ella siguió clamando contra el emperador y sus torturadores, y profetizando el triunfo último del cristianismo sobre Roma, además de anunciar que en el futuro la considerarían la patrona de Siracusa (como así fue, aunque a toro pasado cualquiera escribe una profecía). Pese a las heridas del tormento, Lucía permaneció inamovible en el mismo lugar y no murió hasta que un sacerdote le administró la comunión, tras lo cual abandonó su alma a Dios.

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